Bunkers, mercedes y olivos, el coctel de Albania

– ¿Coffee? – Preguntó la dueña de la casa donde nos alojábamos. Yo miré a Gonzalo. Nunca tengo prisa por las mañanas y no digo que no a un café, pero estábamos justo a punto de irnos. También le apetecía, así es que sonreímos y aceptamos.

A los 5 minutos vuelve la mujer con una bandeja: dos cafés, dos vasos de agua y tres copas chiquititas. Hasta que no huelo lo que hay en la copita no soy consciente de lo que nos ha puesto: rakia, el alcohol tradicional de los Balcanes.

Brindamos los tres. Aún no era mediodía.

Creo que nunca escuché a nadie decir ‘Me voy de vacaciones a Albania’. No sabía nada del país balcánico. Algún comentario caído en el telediario sobre la mafia albanesa y poco más. Ahora sí sé algo importante sobre Albania: quiero volver.

Lo bueno de no saber nada de un destino es que todo es susceptible de sorprenderte. Y supongo que eso me ha pasado a mí con Albania. Lo primero que me ha sorprendido es descubrir que un país europeo, mediterráneo, tan cercano, sea tan desconocido.

El paisaje que pinta el país parece sacado de otra época, con todos los edificios de los tiempos en que Albania fue una dictadura. Y es que entre los años 1946 y 1992 Albania fue una dictadura gobernada por Enver Hoxha, la República Popular Albanesa.

De esta época hay un elemento que abunda en los paisajes albaneses y son sus búnkers. Repartidos por los campos, a los lados de las carreteras, salpicando el país como si de flores se tratase. Caparazones para un ataque que nunca llegó, pero que obsesionaba a Hoxha.

Albania es uno de los países más pobres de Europa, algo que yo achacaba a esos años de aislamiento a los que se vio sometida. Nada como juzgar algo que no se entiende. Por suerte viajar va sobre eso, aprender y abrir los ojos. En mi caso fue un padre de familia quien me ayudó a ello y quien me contó que, por lo menos, durante la dictadura, había trabajo, mal pagado y esas cosas, pero trabajo. Hoy en día más de la mitad de los albaneses viven fuera del país por la falta de trabajo.

Otro de los rasgos más sorprendentes de Albania es la cantidad de Mercedes que hay en las rutas. Es de un nivel obsesivo. Sí, Mercedes la marca de coches. Parece que hacen promoción ¿Y cómo un país tan pobre puede permitirse coches de alta gama? Pues… bueno, depende a quién le preguntes. Por un lado, el nefasto estado de las carreteras hace que estos coches sean de los pocos que resisten al paso del tiempo circulando por el país. Por otro lado, dicen las malas lenguas, que es aquí donde terminan los ejemplares robados a lo largo y ancho del continente europeo. Si te roban el Mercedes vete a buscarlo a Albania.

Los olivos en todas partes me recordaban lo cerca que aún estaba de casa. Habíamos salido hacía tan solo un par de meses en nuestro viaje de Madrid a Mongolia en moto. Quizá no es algo que debiera haberme sorprendido. No es que los olivos sean un árbol extrañísimo. Pero verlos por todas partes me recordaba que no había abandonado el mediterráneo. Y es que, a pesar de la cercanía, me sentía a miles de kilómetros, en un lugar del que nada sabia y del que me iría solo con algunas vagas impresiones. Uno de los principales motivos para querer volver.

Algo que también me ha impresionado del país es la mezcla de religiones que tiene. No, perdón. Lo que me ha impresionado es la buena convivencia de todas esas religiones. Iglesias ortodoxas, católicas, mezquitas… Todos juntos, revueltos y sin problema. En armonía.

Pinceladas de un país que me impresionó, me hizo reflexionar y al que debo volver para entender todo aquello que se me quedó en el aire.

Espérame Albania.

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