La república de Altai: desde Siberia con amor

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Cuando empezaba a investigar para el viaje de Madrid a Mongolia en moto siempre había algo que me molestaba. Ese pequeño trocito de Rusia que había que cruzar. Tendría que pedir visado, con fechas cerradas (con los inconvenientes que eso supone), gastarme el dinero y total, ¿para qué? Para atravesar una pequeña porción de tierra que no me interesaba para nada. Y no me interesaba porque ni sabía lo que había allí ni jamás había escuchado hablar sobre la República de Altai.

Y el viaje volvió a demostrar que la ignorancia nunca es buena consejera.  Es increíble lo que las expectativas pueden hacer. O, como en este caso, la falta de ellas.

república de Altai

La República de Altai

Creo que lo único que me llamaba la atención al principio era la idea de cruzar un trozo, por pequeño que fuese, de Siberia. Más por cómo sonaba la idea en mi mente que por el hecho de pasar o conocer algo de la zona.

Mirando el mapa apareció otro inconveniente, no solo había que entrar en Rusia, sino que había que hacer un montón de kilómetros hacia el norte para luego bajar, solo había una carretera. Sí o sí debíamos llegar a la ciudad de Barnaul lo que suponía un recorrido total de 1.100 kilómetros en Rusia. Hasta el momento todo me parecía un incordio y una perdida de tiempo.

Salimos de Kazajistán rumbo a la frontera con Rusia. El cruce fue lento, muy lento, y cuando entramos en Rusia ya era bastante tarde. En el primer pueblo, Veseloyarsk, hicimos un poco de compra y nos fuimos a las afueras para acampar al lado del río Aley.

La cosa empezaba bien. El espesor del bosque, el río, y la madera desparramada que se convirtió en hoguera, nos procuraron un conjunto perfecto para acampar.

Tras nuestro paso por Asia Central, al entrar en Rusia, las carreteras nos parecieron una maravilla. Bien asfaltadas, con gasolineras y poblaciones bien señalizadas. La necesidad de cargar con agua dejó de existir y las preocupaciones por encontrar dónde comer también.

Desde nuestro lugar de acampada nos separaban poco más de 300 kilómetros de Barnaul. Una distancia que en otros países nos hubiera llevado varios días aquí fue posible gracias a esas carreteras en perfecto estado.

Carretera en Altai

Qué ver en la República de Altai

Barnaul

En Barnaul no me quedó ninguna duda de donde nos encontrábamos. Rusia es muy rusa. Carteles en cirílico, vodka como forma de vida y ese estilo soviético de líneas rectas y sobriedad en cada rincón.

En la ciudad llevamos la moto al mecánico y conocimos a Nico, un español que en su viaje en moto de España a Vladivostok conoció a su pareja y ya lleva varios años viviendo en la ciudad.

Otra de las comodidades de Rusia fue volver a usar Booking para hacer nuestras reservas, además de poder pagar casi todo con tarjeta. Cruzar una frontera y las comodidades habían vuelto. Y encima a buenos precios. Tanto que un día nos dimos el gusto de comernos más de un kilo de sushi.

A pesar del frío decidimos volver a la ruta y abandonamos Barnaul con dirección a la que sería nuestra última frontera.

Río turquesa en Altai

La república de Altai es un territorio en plena Siberia. Como por aquí no pasa el transiberiano es una zona poco conocida, con turismo nacional principalmente. La población son los altai, un grupo étnico nómada con cierto parecido a los mongoles pero que se sedentarizó por la influencia rusa.

A esta región, de la que no esperaba nada, fue donde nos dirigimos tras nuestro paso por Barnaul. Y no pudo gustarme más. Me encontré con una zona montañosa llena de bosques que nos anunciaban con sus colores la estación. Amarillos, ocres, naranjas, rojos, contrastaban con el intenso azul de los ríos.

La carretera nos llevó a través de campos de girasoles. Antiguos símbolos de la URSS que se resisten al tiempo o al olvido. Águilas de gran envergadura nos observaban desde el cielo. Campesinos vendían patatas al costado de la ruta, apoyados en sus Ladas, esperando hacer alguna venta en esa carretera escasamente transitada.

Y el sol asomando tímidamente de vez en cuando para dar luz, que no calor.

Petroglifos

También nos paramos en algunos lugares señalados como turísticos. Paramos para ver unos petroglifos con formas de ciervos. Diseños grabados en la roca con cientos de años que dan fe de cómo esa región lleva siendo habitada más años de lo que podríamos imaginar. Todo en un paraje natural que nos mantuvo constantemente asombrados.

Geysir en Altai, Rusia

Géiser

Paramos también en lo que se anunciaba como un géiser que resultó no ser tal cosa sino una laguna cristalina donde no pude evitar hacer cientos de fotos. No importaba para donde mirara, todos los ángulos me parecían maravillosos.

Otoño en Altai

A pesar del frío mirase donde mirase me parecía una maravilla. Y pasamos frío. Tanto como para parar en medio de la ruta y calentarnos las manos con el calor del motor. Tanto como para comprar más ropa para vestirnos como cebollas. Aunque no tanto como para no acampar una noche a orillas del río. No hay nada que una hoguera nocturna no arregle.

Definitivamente, la República de Altai fue un descubrimiento increíble. Probablemente una de las regiones más hermosas de Rusia. Y no puedo dejar de pensar en cómo muchas veces es mejor no saber nada de un destino para dejar que las cosas te sorprendan.

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Julia Del Olmo

Julia Del Olmo

A finales de 2013 empecé mi primer viaje sin billete de vuelta. Desde entonces he viajado trece meses a dedo por Latinoamérica, he pasado nueve meses en el Sudeste Asiático, he ido de Madrid a Mongolia en una moto de 125cc. Ahora ayudo a otros a organizar sus viajes con mis Cursos y talleres ¡Nos vemos por el Camino Salvaje de la vida!

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