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Camino Salvaje

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Crónicas y reportajes · 14 noviembre, 2018

El chico que salvó un país

Erase una vez un país donde nadie te quiere. Y lo notas, y lo sientes.

Un país muy rico con gente muy pobre.

Un país con un dictador de comedia sin gracia. 

Erase una vez Turkmenistán.

Todo en ese país fue raro, incluso excéntrico diría. Desde la frontera de entrada hasta la de salida. 

Para entrar desde Irán todo fue lento. Tan lento y tedioso que parecía que lo hacían aposta. Estuvimos esperando horas a que abrieran la ventanilla de pagos, y una vez la abrieron la mujer nos metió prisa como si llevara toda la mañana ajetreadísima.

La cosas sucedieron lentas, con sobornos incluidos, con un calor insoportable y un hambre que se iba colando poco a poco en mi estómago. Hicimos papeles, fuimos a que nos sellaran papeles, nos hicieron esperar de nuevo. Papel. Sello. Espera. Paga. Papel. Revisión de la moto. Espera. Papel. Paga. El ansiado sueño burocrático: la inutilidad. Dar vueltas y vueltas mientras allí nadie quiere trabajar.

Cuando terminó el delirante sueño de todo viajero llegaron las instrucciones. Teníamos prohibido parar, bajo cualquier circunstancia, durante los siguientes 30 kilómetros, es decir, de la frontera a la capital, así como grabar o tomar cualquier fotografía. Yo pensé que si ocurría nadie se iba a enterar... Ilusa. El tramo de 30 km esta sembrado de cámaras de seguridad y torres de vigilancia con militares escopeta en mano ¿Por qué? No lo sé.

Y llegamos a Ashgabat, una ciudad sacada de una historia distópica con un dictador de comic que se hace fotos con el traje típico del país mientras sujeta en brazos unos tiernos cachorritos para enmarcarlo en una pantalla gigante de mármol con decoraciones doradas. Todo irreal. Todo decadentemente cierto.

Tras los kilómetros de desierto la visión de la ciudad blanca fue impactante. En medio de la nada se levantan edificios blancos y dorados, relucientes e impecables en medio del desierto. Grandes avenidas donde pantallas LED tamaño XXL anuncian productos comerciales. Estadios deportivos que me hacen pensar en Los Juegos del Hambre. 

Nuestra moto destaca tanto que un policía nos para, quiere saber a donde vamos. Nos indica cómo llegar al centro. De camino seguimos alucinando, sin saber hacia donde mirar para no perder detalle de la película que se proyecta ante nosotros. Por si en algún momento se levanta el telón y descubrimos que todo era, simplemente, un decorado. 

No teníamos pensado quedarnos a pasar la noche pero estamos tan impresionados que buscamos hotel. Entramos en un majestuoso edificio de mármol enmarcado en sendas columnas y al cruzar la puerta nos encontramos con la realidad. Todo era fachada. Dentro podemos ver que la manzana que nos ofrece la bruja está podrida y todo se mantiene gracias al alcanfor. La moqueta verde y las lamparas de araña tuvieron su momento de gloria, pero de eso han pasado 50 años por lo menos. Vemos que hay dos precios, el local a 50 manats (3,5€ en el mercado negro aproximadamente) y el de turistas 50$, a pagar en dólares. 

Buscamos y buscamos pero el precio y la hostilidad de las recepciones hace que decidamos continuar la ruta y acampar en el camino. 

Nuestra visa de tránsito solo nos permite estar en el país 5 días y queremos parar en el Cráter de Darwaza, además no queremos arriesgarnos a tener algún problema mecánico y no tener tiempo de solucionarlo. 

Tenemos una ruta fija con una frontera de salida preestablecida. Los primeros kilómetros pintan bien, una buena carretera, asfaltada parece que cruza Turkmenistán. Pero en el país del sombrerero loco todo es de mentira y una vez te alejas de la capital parece que un obus ha recorrido la zona antes que nosotros.

Calor asfixiante, ni una sombra y ni un pueblo en el horizonte. Eso es lo que abarca la vista. Nada salvo arena y más arena. Algún camello despistado.  

Asombra que en un país con reservas de gas y petróleo la opulencia sea fachada y la gente viva con lo justo. Muchos dirán que eso ocurre en todas partes pero no es verdad. Allí no hay nada, la gente vive en medio del desierto en casuchas, sin infraestructura, olvidados de la mano de dios, de la mano del gobierno y, por supuesto, nunca pensados por un dictador excéntrico. 

Me asombra y me indigna aunque se me pasa cuando nos cobran 3 veces más por una comida por ser extranjeros. Entonces me enfurece ser un billete con patas.

Darwaza es como debe ser. Impresionante. Un agujero al infierno en un país infernal con Satán al volante. Y entonces me doy cuenta de que más que la entrada bien podría ser la salida al inframundo. Quizá por ahí llegó el tipo de los cachorritos en brazos. Quizá, y sin saberlo, hemos recorrido el infierno. Al menos la temperatura debe ser parecida.

Door to hell

Mientras estamos allí un guía local nos hace fotos a nosotros y nuestra moto. Le molestamos. No le hemos pagado. No vamos con tour. No nos quieren allí. Welcome to Turkmenistán.

Acampamos. En medio de la nada, con un agujero ardiendo a escasos metros. Y hacemos fotos como si no hubiera mañana, porque algo sí sabemos, por muy impresionante que sea con una vez en la vida vale.

Volvemos a la carretera para seguir rumbo al norte. En busca de cruzar la frontera, de llegar a un sitio donde nuestra presencia no moleste.

Y llegamos al pueblo fronterizo, Kunya-Urgunch. Llevamos muchos días acampando en verano en el desierto y necesitamos una ducha y una cama asi es que nos ponemos a buscar hotel. Llegamos al único que vemos en el mapa y la amable recepcionista nos echa y cierra la puerta. No entendemos porqué. Preguntamos por la calle y nadie responde. Nos colamos en un edificio oficial con cámaras de seguridad y damos algunas voces, enseguida aparece un funcionario que  nos manda donde la encantadora vibora. Le decimos lo que ha pasado y dice que entonces no sabe. Nosotros menos oiga usted.

Reconocemos a un policía de la secreta que lleva un rato siguiéndonos y decidimos preguntarle, le llamamos y le seguimos y... ¡sale corriendo! Magnífico. 

Dando vueltas empieza a hacerse de noche y decidimos reducir las necesidades, solo queremos una ducha. Así es que preguntamos a un vecino si nos dejan ducharnos y le ofrecemos dinero. Le pagaremos 3€ por cada uno, por una ducha. Y dice el buen hombre que no, que 10. Por persona. Que te den por cu*o amable caballero. 

Ahora el río lleno de juncos, barro y a oscuras empieza a tener una pinta irresistible. Vamos a comprar agua a la tienda y mientras pensamos en un plan para la noche unos chavales se paran a charlar. Son muy jovencitos pero tras un rato de charla uno de ellos, llamado Merdak, llama a su madre, le va a preguntar si podemos dormir en su casa. 

Yo no me lo puedo creer. Su madre le dice que sí, que vayamos para allá. Pero primero vamos a casa de su amigo para darnos una ducha. No entro en mi de gozo y sorpresa. Perpleja.

Llegamos a casa del amigo, que no habla inglés, y allí conocemos a la familia. Nos reciben con los brazos abiertos. Nos invitan a tomar té, acomodarnos, darnos una ducha. Sacan comida. Enseguida estamos hablando con ellos con ayuda del traductor de Google y la intervención de nuestro salvador. Aunque no sea su familia se nota que los chicos están unidos y que Merdak pasa muchas horas en la casa.

En un momento los planes cambian y nos invitan a quedarnos a dormir. Nosotros aceptamos encantados. Encantadísimos, vamos.

Tras todo lo que había pasado en los últimos días esta invitación, esta forma de abrirnos las puertas de su casa, las recibimos con sorpresa y mucha, mucha, alegría. 

Charlando con ellos les cuento que me encantan los vestidos que llevan las mujeres en el país y que me encantaría ir al mercado a comprar uno. No sé quién estaba más contento si yo con la ducha o ellos al escuchar que quería un vestido turcomano. 

Al día siguiente salimos hacia el mercado a comprar. Me encantó. Todo me parecía de otra manera, la vida era de colores. De tantos colores como los preciosos vestidos de las mujeres de Turkmenistán. 

Paseamos, compramos, e incluso nos comimos una 'hamburguesa estilo turcomano'. Todo me pareció perfecto.

Nuestra visa estaba apunto de expirar por lo que debíamos ir a cruzar la cercana frontera. Quizá él, Merdak, nunca sea consciente de lo que supuso su desinteresado gesto. De lo que en aquel momento significó charlar con aquella familia. Su acogida. 

Quizá nunca lo sepa, pero ese día Merdak salvó un país. Al menos mi sentimiento hacia él. 

Gracias Merdak.

Sí, nuestros salvadores fueron esos chavales que chocan los puños.

Nunca sabes quién te va a tender la mano.

PD: La salida por la frontera hacia Uzbekistán también fue de coña. La familia le había regalado a Gonzalo el sombrero típico de los hombres del país y yo iba con uno de mis nuevos vestidos. Así es que cuando los oficiales nos vieron llegar aquello fue un jolgorio. Estaban encantados de vernos de esa guisa. Nos revisaron las fotos del móvil, como hacen siempre para asegurar que no te llevas material 'sensible', pero lo hicieron con el mejor humor posible.

¿Alguna vez has tenido una mala experiencia con la gente de un país y una persona te ha hecho cambiar de idea? 
¡Cuéntamelo en los comentarios!
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Filed Under: Crónicas y reportajes Tagged With: Asia, Asia Central, Historias personales, Ruta de la Seda, Turkmenistán

Julia Del Olmo

A finales de 2013 empecé mi primer viaje sin billete de vuelta. Trece meses por Latinoamérica me demostraron que esa era la vida que quería. Una vida en constante movimiento. Comencé a recorrer y descubrir el mundo por regiones
¡Nos vemos por el Camino Salvaje de la vida!

Reader Interactions

Comments

  1. Luis Gago says

    20 noviembre, 2018 at 13:31

    Me ha encantado tu relato, aunque no tanto todo lo que habéis tenido que pasar en ese país de cartón piedra.
    Por lo menos habéis podido ver 2 caras bien diferentes y comprobar que hay todo tipo de personas en el mundo.
    ¡Espero que nos encontremos con muchos Merdaks en nuestros próximos viajes!
    Un besote,
    Luis

    Responder
    • Julia Del Olmo says

      20 noviembre, 2018 at 15:50

      ¡Hola Luis!

      Me alegro mucho de que te haya gustado. Esta claro que en los viajes, y más cuando son tan largos, hay experiencias de todo tipo, buenas y malas, y también regulares. Lo bueno es saber adaptarse e intentar mirar las cosas con optimismo (¡aunque yo reconozco que en Turkmenistán no siempre pude!)

      Un abrazo,
      Julia

      Responder
  2. Florencia says

    12 enero, 2019 at 19:54

    Espectacular relato Julia!
    Termino erizada de la emoción. Y cada vez más convencida de que las generalizaciones no llevan a ninguna parte. Siempre existen esos ángeles de la guarda aún en la tierra donde está ubicada la “Puerta del Infierno”.
    Abrazo

    Responder
    • Julia Del Olmo says

      12 enero, 2019 at 21:26

      ¡Muchas gracias Florencia! Me alegro mucho que te haya gustado 😀 La verdad es que sí, en todas partes hay personas maravillosas dispuestas a tender la mano.
      ¡Una lección que te enseñan los viajes!
      Un abrazo

      Responder

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