En un tren en Kazajistán

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El único tramo que no viajé en moto de Madrid a Mongolia fue en Kazajistán y se debió a motivos médicos tras el accidente de moto y la experiencia de sangre y huesos rotos en Tayikistán. 

Mujer Kazaja

En un tren en Kazajistán

En Almaty, una moderna ciudad al sur de Kazajistán, saqué los últimos visados que necesitaba para este gran viaje: el de Rusia y el de Mongolia. Además, decidí aprovechar para ir a la revisión de mi muñeca y ver si ya me podía quitar la escayola.

Resultó que las fechas del visado de Rusia y la fecha para mi visita al médico iban tan justas que entraría en Rusia a tiempo, pero me quedaba sin días para cruzar el tramo de la República de Altai que teníamos en el país. Para evitar prisas y problemas decidimos que Gonzalo saliese con la moto un par de días antes y yo iría en tren. Nos encontraríamos en Semey, última gran ciudad en Kazajistán, antes de cruzar a Rusia.

Gonzalo se fue y yo me quedé con una sensación extraña. Era raro estar sola tras meses pegados 24 horas al día.

Mi tren salía tarde, así es que me levanté tranquila, me duché, desayuné y salí hacia la estación. Y eso es lo malo de tener toda la mañana para llegar con tiempo a un sitio, que te lo crees, o yo por lo menos, y subida en el autobús me iba angustiando y angustiando con un tráfico infinito que amenazaba con hacerme perder el tren. Veía como los minutos avanzaban, pero el punto azul del GPS no. Y ojo, porque no va más rápido por mucho que mires la pantalla, ni el tiempo decide detenerse.

Al final, con toda la mañana y todo el tiempo del mundo, yo llegué al tren a la carrera, mientras la mujer del control que revisa los tickets miraba su reloj, mi billete y negaba con la cabeza y un hombre que cargaba unas maderas también corría mientras me gritaba ‘is here, is here’. Llegué. Y tras los nervios y la carrera aún esperé 30 minutos subida en el tren hasta que este decidió arrancar.

Tren en Kazajistán

Cuando llegué a mi compartimento vi que era la última en llegar. Había un matrimonio mayor y una señora de unos 40 años. Tenía cuatro camas, dos a cada lado, mi sitio estaba arriba a la izquierda.

Primero me sorprendió lo pequeño que era el espacio, ¿dónde iba a meter mis cosas? Luego me di cuenta de que no había escalera, ¿cómo iba a subir, aún escayolada, a la litera de arriba? Mi cara debió de delatarme porque el matrimonio enseguida me mostró un hueco para maletas debajo de su cama. Agarré de la mochila todo lo que iba a necesitar hasta el día siguiente, que llegábamos a Semey, pues no quería hacerles levantarse cada vez que necesitase algo. Fui sacando las cosas, estorbando en el pasillo y lanzando todo a mi cama. Ya me organizaría después.

Cuando metí la mochila y el casco bajo la cama llegó el momento de descubrir cómo narices subir a la cama. El buen hombre volvió a ser la luz en el asunto: sí había escalera, solo que estaba plegada y quedaba enganchada a la pared en forma de barra, por eso no la había visto.

Compartimento del tren

El tren era viejo. En un tono verde de los años ’60 por fuera y forrado en paneles de plástico que imitan madera por dentro. Pero todo bien preparado para un viaje largo y pensado para dormir en él. Era la segunda vez que iba en un tren con cama, la primera vez fue cuando hice mi viaje de interrail por Finlandia.

Al poco de arrancar llegó un hombre repartiendo sábanas. Con lo que me había costado subir y el tinglado que tenía no sabía cómo organizarme. Comida, cena y desayuno, cuadernos, estuche, libros, el ordenador, la cámara de fotos… Todo delicadamente desorganizado para hacerme el momento difícil y miserable a la par que ridículo. Y con una mano.

Pasillo del tren en Kazajistán

Me encanta viajar en tren y tenía pensado hacer un montón de cosas en el viaje: mirar por la ventana mientras atravesábamos el país, leer, escribir, trabajar en algunos artículos que le debía a algunas revistas… Pero cuando terminé de acomodarme en mi cama, el traqueteo del tren me produjo un sueño terrible y caí dormida enseguida.

Hicimos algunas paradas y aproveché para bajar y estirar las piernas. Aunque sin mucha gana. Solo bajaba para escapar del coro de ronquidos con el que nos deleitaba el matrimonio. Eché mucho de menos unos tapones. Aunque el abotargamiento del primer trimestre de embarazo ayudó mucho a pasar más horas durmiendo que despierta.

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Ya sabes que siempre recomiendo ir con seguro de viaje (desde mi accidente de moto lo tengo más claro que nunca). Yo lo hago con Chapka Assurance porque tienen los mejores precios y coberturas además de asistencia 24 horas en castellano. Además, por ser lectora de Camino Salvaje, tienes un descuento del 7% si lo contratas desde este enlace.

Como siempre espero tus comentarios más abajo.

Gracias por leerme.

Julia Del Olmo

Julia Del Olmo

A finales de 2013 empecé mi primer viaje sin billete de vuelta. Desde entonces he viajado trece meses a dedo por Latinoamérica, he pasado nueve meses en el Sudeste Asiático, he ido de Madrid a Mongolia en una moto de 125cc. Ahora ayudo a otros a organizar sus viajes con mis Cursos y talleres ¡Nos vemos por el Camino Salvaje de la vida!

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