Hasta hace un par de años pensaba que las pipas eran algo universal. A ver que cultura, en su sano juicio, iba a renunciar al placentero momento de no hacer absolutamente nada importante, salvo charlar y comer pipas. En el parque, en la plaza del pueblo, en la vereda de un camino, en un paseo por el monte. Da igual. Sentarse a comer pipas es, no sé, parte de la vida. Y no es por comer, pues las pipas no se comen por hambre, es por charlar. Por compartir un rato y salarlo con unas pipas.
Bueno pues no. Las pipas son más españolas que la tortilla de patata. Y esto lo descubrí un día que ofrecí pipas a unas amigas eslovenas y se las metieron enteritas en la boca. Resulta que con el fruto del girasol en el mundo solo hacen aceite.
Y entonces llegué a Irán.
Me resulta difícil intentar transmitir en palabras las sensaciones de un país. Más cuando lo que trato es de hablar de un país tan estigmatizado. Irán es ese país que cuando la mayoría de la gente oye hablar de él piensa en terrorismo. Y no podrían estar más equivocados.
Irán es, de todos los países que conozco, el que tiene la gente más hospitalaria. Quizá hasta demasiado hospitalaria. En Irán no se puede ir por la calle sin que te paren para saber de dónde eres, cuánto tiempo llevas en el país, si quieres un té, si necesitas algo. Lo juro. Ni tres pasos y ya tienes un iraní deseoso de charlar.
La cosa llega a niveles indescriptibles cuando acampas. En Irán es sencillísimo acampar, y es que a los iraníes les encanta. Lo del pícnic en el país es algo cultual. Todos los parques están preparados para que las familias puedan ir a desayunar, comer o cenar y se junten horas a pasar el rato. Tienes muchos sitios a la sombra, fuentes y baños para cubrir las necesidades. Y da igual si es miércoles o sábado, a partir de las 10 de la noche los parques están hasta la bandera de familias que van a cenar y, en algunos casos, a pasar la noche. Bueno, pues en este panorama llegas tú, con tu cara de extranjero, a poner la tienda de campaña. Lo más seguro es que antes de haber terminado una familia ya te haya invitado a acompañarlos. Y no importa si entre los miembros no hay ni uno que balbuce una palabra de inglés, porque ellos te van a charlar en persa. Y lo mejor, se van a hacer entender.
Un ejemplo claro, un día paramos en un parque para acampar. Estábamos cansados y queríamos acostarnos pronto. Ilusos. Las familias empezaron a llegar y a colocarse al lado (no importa si tienen todo el parque libre, a los iraníes les gusta acampar bien juntitos los unos de los otros). Al rato varias familias nos habían llevado comida y a la una de la mañana aún estábamos jugando al voleibol con ellos.
Los únicos sitios donde este abrazo de la hospitalidad tiene un tinte un poco más interesado es en los principales focos de turismo del país como Isfahan o Persepolis. Donde la sonrisa y la invitación al té esconden una tienda de alfombras, al fin y al cabo es gente que vive del turismo en un país donde este no abunda.
Creo que todo aquel que haya viajado por Irán sabe que con los iraníes no te aburres. Son capaces de sorprender hasta al viajero más curtido en toda clase de situaciones. Desde pararte en medio de la autopista para darle comida o hacer cola para recoger a un autostopista (verídicas ambas).
Hacer planes para un viaje en Irán es algo complicado. Una noche sales a cambiar dinero, te pones cualquier cosa, las chanclas y te acercas en un momento a los sitios de cambio. Una chica y sus amigos se acercan a charlar y te invitan a cenar. Se encargan de conseguirte el mejor cambio, te llevan a un estudio de grabación y terminas cenando a 30 kilómetros de distancia de la ciudad donde estabas.
Otro día paras en la carretera para hacer una foto, la perspectiva del pueblo que vas a visitar es preciosa desde allí. Enseguida, una madre y su hija se acercan a charlar contigo. No sabes cómo, pero terminas cenando en su casa y acampando en su techo.
Si preguntas a un iraní por algo o les pides ayuda, amiga, prepárate, porque aunque no lo sepan te llevarán de un lado a otro para encontrar a alguien que tenga una solución o, en su defecto, que hable inglés. Hasta que el problema no esté solucionado no van a parar, y no importa si tú tienes prisa porque de eso en el país no se usa. De nada sirve explicarles que ya no lo necesitas, estás metido hasta el cuello.
Un día en Teherán, buscando la embajada de Uzbekistán, paramos a un hombre para preguntarle por la ubicación. Ni hablaba inglés ni tenía ni idea, pero fue preguntando y guiándonos hasta que llegamos, tarde, a la embajada. Ese hombre había salido de su oficina a comprar un refresco y aun así se paseó con nosotros calle arriba, calle abajo. Al día siguiente fuimos a su lugar de trabajo a tomar un té con él y sus compañeros. A diferencia de Europa, donde todo el mundo tiene un lugar donde estar, ya sea el trabajo, el gimnasio, en una cita, o en su casa, en Irán todo el mundo tiene tiempo.
Si tienes prisa, no quieres interactuar con la gente o llevas una agenda muy apretada, no disfrutarás de lo mejor de Irán. Porque por encima de la belleza de sus mezquitas y sus ciudades están los iraníes. Conocer a los persas es la mejor experiencia de Irán. Ni todo el arte del mundo puede eclipsar la alegría de un pueblo tan estigmatizado.
No tengo ninguna duda si me preguntan que es lo que más me ha gustado de mi viaje por el país, la respuesta será ‘los iraníes’. Así es que si tu madre te pregunta qué se te ha perdido a ti en un país así dile que no se preocupe, que en Irán también comen pipas.
¿Qué ideas u opiniones tienes del país?
¡Cuéntamelo en los comentarios!