El chico que salvó un país: Turkmenistán

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Érase una vez un país donde nadie te quiere. Y lo notas, y lo sientes.

Un país muy rico, con gente muy pobre.

Un país con un dictador de comedia sin gracia.

Érase una vez Turkmenistán.

Puerta al infierno

Todo en ese país fue raro, incluso excéntrico, diría. Desde la frontera de entrada hasta la de salida.

Para entrar desde Irán todo fue lento. Tan lento y tedioso que parecía que lo hacían aposta. Estuvimos esperando horas a que abrieran la ventanilla de pagos, y una vez la abrieron, la mujer nos metió prisa como si llevara toda la mañana ajetreadísima.

Las cosas sucedieron lentas, con sobornos incluidos, con un calor insoportable y un hambre que se iba colando poco a poco en mi estómago. Hicimos papeles, fuimos a que nos sellaran papeles, nos hicieron esperar de nuevo. Papel. Sello. Espera. Paga. Papel. Revisión de la moto. Espera. Papel. Paga. El ansiado sueño burocrático: la inutilidad. Dar vueltas y vueltas mientras allí nadie quiere trabajar.

Cuando terminó el delirante sueño de todo viajero llegaron las instrucciones. Teníamos prohibido parar, bajo cualquier circunstancia, durante los siguientes 30 kilómetros, es decir, de la frontera a la capital, así como grabar o tomar cualquier fotografía. Yo pensé que si ocurría nadie se iba a enterar… Ilusa. El tramo de 30 km está sembrado de cámaras de seguridad y torres de vigilancia con militares escopeta en mano ¿Por qué? No lo sé.

Y llegamos a Ashgabat, una ciudad sacada de una historia distópica con un dictador de comic que se hace fotos con el traje típico del país mientras sujeta en brazos unos tiernos cachorritos para enmarcarlo en una pantalla gigante de mármol con decoraciones doradas. Todo irreal. Todo decadentemente cierto.

Tras los kilómetros de desierto, la visión de la ciudad blanca fue impactante. En medio de la nada se levantan edificios blancos y dorados, relucientes e impecables en medio del desierto. Grandes avenidas donde pantallas LED tamaño XXL anuncian productos comerciales. Estadios deportivos que me hacen pensar en Los Juegos del Hambre.

Nuestra moto destaca tanto que un policía nos para, quiere saber a donde vamos. Nos indica cómo llegar al centro. De camino seguimos alucinando, sin saber hacia donde mirar, para no perder detalle de la película que se proyecta ante nosotros. Por si en algún momento se levanta el telón y descubrimos que todo era, simplemente, un decorado.

No teníamos pensado quedarnos a pasar la noche, pero estamos tan impresionados que buscamos hotel. Entramos en un edificio de mármol enmarcado en altas columnas y al cruzar la puerta nos encontramos con la realidad. Dentro la moqueta verde y las lámparas de araña tuvieron su momento de gloria, pero de eso han pasado 50 años por lo menos. Vemos que hay dos precios, el local a 50 manats (3,5€ en el mercado negro aproximadamente) y el de turistas 50$, a pagar en dólares.

Buscamos y buscamos, pero no encontramos nada más, por lo que nos decidimos a continuar la ruta y acampar en el camino.

Nuestra visa de tránsito solo nos permitía estar en el país 5 días y queríamos parar en el Cráter de Darwaza, además no queríamos arriesgarnos a tener algún problema mecánico y no tener tiempo de solucionarlo.

Teníamos una ruta fija con una frontera de salida preestablecida. Los primeros kilómetros pintaban bien, una buena carretera, asfaltada, parecía que cruza Turkmenistán. Pero una vez que nos alejamos de la capital parecía que un obús había recorrido la zona antes que nosotros.

Calor asfixiante, ni una sombra y ni un pueblo en el horizonte. Eso es lo que abarcaba la vista. Nada, salvo arena y más arena. Algún camello despistado.

Mientras íbamos en la moto iba pensando con asombro en cómo un país con reservas de gas y petróleo podía tener tan abandonada a su población. Viviendo en medio del desierto, en casuchas, sin infraestructura, olvidados de la mano de dios, de la mano del gobierno y, por supuesto, nunca pensados por un dictador excéntrico.

La indignación se me pasaba cuando nos cobraban 3 veces más por una comida por ser extranjeros.

Darwaza es como debe ser. Impresionante. Un agujero al infierno en un país de calor infernal con Satán al volante. Quizá, y sin saberlo, habíamos recorrido el infierno. Al menos la temperatura debe ser parecida.

Door to hell

Mientras estábamos allí, un guía local nos hizo fotos a nosotros y a nuestra moto. Le molestábamos. No habíamos pagado el visado de turista y no teníamos derecho a visitar los atractivos turísticos del país. No íbamos con tour. No nos querían allí. Welcome to Turkmenistán.

Acampamos. En medio de la nada, con un agujero ardiendo a escasos metros. Y nos pusimos a hacer fotos como si no hubiera mañana, porque algo sí sabíamos, por muy impresionante que fuese con una vez en la vida, vale.

Volvimos a la carretera para seguir rumbo al norte. En busca de cruzar la frontera, de llegar a un sitio donde nuestra presencia no moleste.

Y llegamos al pueblo fronterizo, Kunya-Urgunch. Llevábamos muchos días acampando en verano en el desierto y necesitábamos una ducha y una cama, así es que nos ponemos a buscar hotel. Llegamos al único que vimos en el mapa y la recepcionista nos echó y cerró la puerta. No entendimos por qué. Preguntamos por la calle y nadie respondía. Nos colamos en un edificio oficial con cámaras de seguridad y dimos algunas voces con la esperanza de que alguien saliese a echarnos de allí, enseguida apareció un funcionario que  nos mandó al mismo hotel. Le dijimos lo que había pasado y dijo que entonces no sabía. Nosotros menos.

Reconocimos a un policía de la secreta que llevaba un rato siguiéndonos y decidimos preguntarle, le llamamos y le seguimos y… ¡salió corriendo!

Dando vueltas empezó a hacerse de noche y decidimos reducir las necesidades, solo queríamos una ducha. Así es que preguntamos a un vecino si nos dejaba ducharnos y le ofrecimos dinero. Le pagaríamos 3€ por cada uno, por una ducha. Y dice que no, que 10. Por persona. Tal cual nos habíamos acercado nos fuimos.

En ese momento el río lleno de juncos, barro y a oscuras empieza a tener una pinta irresistible. Fuimos a comprar agua a la tienda y mientras pensábamos en un plan para la noche, unos chavales se acercaron a charlar. Eran muy jovencitos, pero tras un rato de charla, uno de ellos, llamado Merdak, llama a su madre, le va a preguntar si podemos dormir en su casa.

Yo no me lo puedo creer. Su madre le dice que sí, que vayamos para allá. Pero primero vamos a casa de su amigo para darnos una ducha. No entro en mí de gozo y sorpresa. Perpleja.

Llegamos a casa del amigo, que no hablaba inglés, y allí conocimos a la familia. Nos recibieron con los brazos abiertos. Nos invitaron a tomar té, acomodarnos, darnos una ducha. Sacaron comida. Enseguida estábamos hablando con ellos con ayuda del traductor de Google y la intervención de nuestro salvador. Aunque no era su familia, se notaba que los chicos estaban unidos y que Merdak pasaba muchas horas en la casa.

En un momento los planes cambiaron y nos invitaron a quedarnos a dormir (Merdak incluido). Nosotros aceptamos encantados. Encantadísimos, vamos.

Comida con familia de Turkmenistan

Tras todo lo que había pasado en los últimos días esa invitación, esa forma de abrirnos las puertas de su casa, la recibimos con sorpresa y mucha, mucha, alegría.

Charlando con ellos, les conté que me encantaban los vestidos que llevaban las mujeres en el país y que me encantaría ir al mercado a comprar uno. No sé quién estaba más contento si yo con la ducha o ellos al escuchar que quería un vestido turcomano.

Al día siguiente salimos hacia el mercado a comprar. Me encantó. Todo me parecía de otra manera, la vida era de colores. De tantos colores como los preciosos vestidos de las mujeres de Turkmenistán.

Paseamos, compramos, e incluso nos comimos una ‘hamburguesa estilo turcomano’. Todo me pareció perfecto.

Nuestra visa estaba a punto de expirar, por lo que debíamos ir a cruzar la cercana frontera. Quizá él, Merdak, nunca sea consciente de lo que supuso su desinteresado gesto. De lo que en aquel momento significó charlar con aquella familia. Su acogida.

Quizá nunca lo sepa, pero ese día Merdak salvó un país. Al menos mi sentimiento hacia él.

Gracias Merdak.

Familia turkmena

Sí, nuestros salvadores fueron esos chavales que chocan los puños.

Nunca sabes quién te va a tender la mano.

PD: La salida por la frontera hacia Uzbekistán también fue de coña. La familia le había regalado a Gonzalo el sombrero típico de los hombres del país y yo iba con uno de mis nuevos vestidos. Así es que cuando los oficiales nos vieron llegar aquello fue un jolgorio. Estaban encantados de vernos de esa guisa. Nos revisaron las fotos del móvil, como hacen siempre, para asegurar que no te llevas material ‘sensible’, pero lo hicieron con el mejor humor posible.

¿Alguna vez has tenido una mala experiencia con la gente de un país y una persona te ha hecho cambiar de idea? 

Picture of Julia Del Olmo

Julia Del Olmo

A finales de 2013 empecé mi primer viaje sin billete de vuelta. Desde entonces he viajado trece meses a dedo por Latinoamérica, he pasado nueve meses en el Sudeste Asiático, he ido de Madrid a Mongolia en una moto de 125cc. Ahora ayudo a otros a organizar sus viajes con mis Cursos y talleres ¡Nos vemos por el Camino Salvaje de la vida!

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4 respuestas

  1. Me ha encantado tu relato, aunque no tanto todo lo que habéis tenido que pasar en ese país de cartón piedra.
    Por lo menos habéis podido ver 2 caras bien diferentes y comprobar que hay todo tipo de personas en el mundo.
    ¡Espero que nos encontremos con muchos Merdaks en nuestros próximos viajes!
    Un besote,
    Luis

    1. ¡Hola Luis!

      Me alegro mucho de que te haya gustado. Esta claro que en los viajes, y más cuando son tan largos, hay experiencias de todo tipo, buenas y malas, y también regulares. Lo bueno es saber adaptarse e intentar mirar las cosas con optimismo (¡aunque yo reconozco que en Turkmenistán no siempre pude!)

      Un abrazo,
      Julia

  2. Espectacular relato Julia!
    Termino erizada de la emoción. Y cada vez más convencida de que las generalizaciones no llevan a ninguna parte. Siempre existen esos ángeles de la guarda aún en la tierra donde está ubicada la «Puerta del Infierno».
    Abrazo

    1. ¡Muchas gracias Florencia! Me alegro mucho que te haya gustado 😀 La verdad es que sí, en todas partes hay personas maravillosas dispuestas a tender la mano.
      ¡Una lección que te enseñan los viajes!
      Un abrazo

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