Nochevieja en la selva argentina

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Mientras escribía el articulo sobre lo que ha dejado el 2017 recordaba la Nochevieja del año pasado, que viví entre un grupo de músicos vietnamitas. Este recuerdo me llevó, inevitablemente, a otro. Y es que la primera noche del 2014 la pasé en una ecoaldea en la selva argentina.

Nochevieja en la selva argentina

Nochevieja en la selva argentina

Tras la peor Nochebuena en la historia de las Nochebuenas puse rumbo a Salta donde, junto con mi amigo Álex, íbamos a reunirnos con otra amiga, Sheila, para pasar unos días juntos. Dos de mis compañeros de camino en mi viaje por Latinoamérica. Habíamos encontrado un voluntariado en una ecoaldea en pleno Parque Nacional el Rey.

Llegamos al parque desde Mendoza tras un par de días de autostop, al que iba a ser nuestro hogar por un par de semanas, Pacha K’Anchay.

La sensación que tuve al llegar es difícil de describir. Me encontré con un grupo de gente de sonrisas francas, brazos abiertos, ilusiones y mentes despiertas. Desde el minuto uno me encontré como en casa. Como si ya les conociese. Como si en realidad ya hubiese estado allí o hubiéramos estado juntos en otras vidas.

Es curioso pero fue como llegar a celebrar la Nochevieja con la familia.

No podíamos haber sido más distintos y, al final, tan parecidos. Como las familias vamos.

Pacha K'Anchay

La ecoaldea aún no se había ganado tal nombre. Era más bien, y simplemente, una casa principal, hecha en adobe, donde dormíamos y comíamos, a la que aún le faltaban puertas y ventanas. Por lo que era nuestra casa y la de los millones de bichos que también la habitaban.

La cocina era un espacio abierto con un horno de barro y una cocina de hierro, de las de alto rendimiento, ubicada a unos metros de la casa. Una pared hecha con botellas era toda la estructura solida de la cocina. Y el baño era un baño seco, colina abajo, que a un lado contaba con una ducha. Ducha que compartíamos con decenas de sapos atraídos por la humedad.

Además teníamos un huerto y un corral con gallinas. Quizá no era el sitio más lujoso del mundo pero a todos nosotros nos encantaba…

Lo primero que aprendí al llegar es que la vida en la selva es complicada. La selva es hostil, hermosa pero hostil. Y en nuestro pequeño pueblo el vecino más molesto fue la plumilla.

La plumilla es un mosquito pandillero. Van en grupo al ataque, con sus minitrompitas dispuestos a chuparte la sangre y casi la vida. De hecho lo ves llegar como una nube de puntitos negros. Un consejo: corre, ¡corre mucho!

Esos malditos fueron tema de conversación diaria. Nivel obsesivo. Y es que daba igual que fuésemos cubiertos con mangas largas a pesar del calor. Daba igual el repelente, que en alguna ocasión vimos como se comían. Todo daba igual. Nos devoraban. Estábamos cubiertos por cientos de picaduras.

Era común, y casi diario, despertarse a media noche con unos picores mortales y rascarte al punto del dolor. Levantar la cabeza y ver a tus compañeros sufriendo el mismo calvario. Y daba igual. Eramos felices en Pacha K’Anchay. Felices al mirar a un cielo tan lleno de estrellas que parecía blanco. Felices de la sencillez de una vida en la que la máxima y única preocupación es la plumilla.

Y en un sitio tan mágico, tan especial, recibimos el cambio de año.

El último día de 2013 trabajamos un poco por la mañana antes de ponernos a preparar la cena. Esta se dividió en dos: para vegetarianos y no vegetarianos. Para los no vegetarianos caldereta argentina, todo un lujo cuando uno está en medio de ninguna parte. Y para los vegetarianos un variado de platos dignos del mejor de los restaurantes. O eso nos pareció a nosotros.

Nochevieja en la selva

Creo que uno de los momentos que más me impactó fue el momento de sacar la vajilla. Cuando fuimos a preparar la mesa nos mandaron a por unas cajas que estaban medio escondidas en una habitación que hacia las veces de almacén. Al abrir la caja me encontré con ¡copas! Puede parecer una tontería pero tener copas en medio de la selva es un lujo increíble.

Con la comida hecha y la mesa puesta nos sentamos a disfrutar de la noche. La comida, regada con vino que teníamos guardado para la ocasión, fue de 10. Como algunos de los compañeros tocaban distintos instrumentos tuvimos concierto tras la cena.

Si alguien me lo hubiera contado unos días antes no lo hubiera creído.

No supimos cuándo pasó el año. Sin teléfonos, sin tele, sin relojes, sin radio. Simplemente compartimos la cena, la música. La noche fue pasando y a lo tonto el cielo empezó a clarear.

Con el vino en la cabeza y por las venas, las emociones de la noche y la belleza del lugar, aquel amanecer me pareció el más hermoso y especial de cuantos había visto en mi vida.

Nochevieja en Argentina

Aún no sé que pasó en Pacha. No sé que ocurrió pero sin duda algo pasó. Quizá fue la plumilla o lo mismo fuimos nosotros. El caso es que de allí salí conectada. Conectada con el mundo, con la gente, con lo que me rodea. Salí dándole vueltas a la cabeza, al mundo y a las estrellas como no lo había hecho antes.

Y lo más importante es que no lo he olvidado. Yo fui a Pacha y lo que allí pasó se quedó en mi.

GRACIAS a todos los compañeros y amigos con los que compartí aquellos días. Por ser como sois.

¿Dónde has pasado la Nochevieja más loca de tu vida?

¿Te gustaría pasarla en medio de la selva?

Julia Del Olmo

Julia Del Olmo

A finales de 2013 empecé mi primer viaje sin billete de vuelta. Desde entonces he viajado trece meses a dedo por Latinoamérica, he pasado nueve meses en el Sudeste Asiático, he ido de Madrid a Mongolia en una moto de 125cc. Ahora ayudo a otros a organizar sus viajes con mis Cursos y talleres ¡Nos vemos por el Camino Salvaje de la vida!

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